jueves, 20 de junio de 2013

Anatomía de una artista musical: Lykke Li

El recorrido que les propongo es la anatomía de una pasión: la pasión por la música y por una joven artista por parte de quien les escribe. Será un diálogo entre tres (les incluyo): a partir de mis experiencias, profundizaremos en su carrera. Como buena anatomía, será un viaje exhaustivo al corazón del proceso: desde su descubrimiento e iniciación, pasando por su asimilación, hasta desembocar en un inevitable viaje para conocerla y escucharla en directo, y su efecto y trayectoria posterior. Conoceréis a Lykke Li, pero también conoceréis que es lo que me ha llevado a plasmarla aquí.

Lykke Li es sueca pero desde niña recorrió mundo y vivió en diferentes países ya que sus padres eran unos artistas muy comprometidos con el arte pero un tanto bohemios: su madre era pintora y su padre músico. Es algo que hay que tener en cuenta porque tanto bagaje cultural, lógicamente,  ha influido en su música. Ella nació el 18 de marzo de 1986 en el municipio más meridional de Suecia, Ystad, población de unos 18.000 habitantes. Pero siendo una cría se mudó a Estocolmo con sus padres. Luego se fueron a vivir cinco años a  Portugal, a la cima de una montaña. También vivieron en Lisboa y Marruecos. Y los inviernos los pasaban en la India y Nepal. Con 19 años se mudó  y vivó varios años en Nueva York. Actualmente, cuando no está de gira, reside en Suecia (Sodermalm).

Como esto se trata de una anatomía, les contaré como la descubrí porque no pienso guardarme nada. Fue por medio de un suplemento cultural que traía el diario El País todos los viernes: El EP. Yo era un fijo en su consumo que no fallaba a su cita con el kiosco debido a que traía semanales críticas de discos e interesantes reportajes. Uno de esos reportajes me llamó poderosamente la atención. El de una joven sueca de 22 años y nombre exótico que recién acababa de publicar su primer disco. Recuerdo, entre otras cosas, que decían que para ser tan joven tenía mucha personalidad. Le gustaba controlar todo el proceso musical: composición, edición, producción, e incluso se interesaba por la distribución. Me despertó la curiosidad y me dije: “Tengo que escuchar su LP”.

Primer disco.

Así fue como me hice con su primera obra, Youth Novels, publicado en verano de 2008. La primera escucha me gustó. Sonaba diferente, original y con estilo propio. Y claro, con esa juventud, sonaba fresco y lozano. Tenía una gran voz, dulce, casi azucarada, con sabor a vainilla. Como toda nueva música, no tardaron en aparecer las etiquetas. Indie pop sueca, o electro pop soul fueron algunas de ellas. Y no digo que no, algo de eso hay. Pero creo que algunos artistas son difíciles de clasificar, y considero a Lykke Li una de ellas. Poco a poco su música me iba calando mientras me decía “tiene buena pinta esta artista”.

Y así estuve unos meses, cuando la escuchaba, solo lo hacía por medio de su disco original. Por cierto, desde el principio lanzó videoclips muy interesantes. Nos podemos hacer una idea de lo que yo escuchaba, en lo que a sonido se refiere,  por medio de uno de ellos. Como este que se llama Little Bit (su primer single). De paso, os la presento. Con todos ustedes: Lykke Li.




 
Su segundo vídeo oficial  fue I´m Good, I´m Gone, que también tuvo su cuota de éxito. Una canción que suena diferente.


Un antes y un después.

Así estuve varios meses escuchando su disco. Hasta que a finales del invierno siguiente, en una tarde de sábado, sentado frente a mi ordenador, manipulando música por YouTube, me dispuse a insertar su nombre para ver si había material suyo y conocerla en vivo. Me quedé sorprendido. Al poner Lykke Li me aparecieron bastantes vídeos. Para lo poco que llevaba en la escena, tenía muchos en directo: algunos puestos por sus fans y otros propios. Ella ya es de otra época y no tiene problema por grabar y compartir.  Internet es un medio que aprovecha para acercarnos su arte. Resulta que tenía vídeos musicales sobre el escenario, en el interior de un baño público e incluso con su  banda dentro de un taxi. Un mundo por descubrir. Así que me dispuse a darle play a uno cualquiera. Que  fue el siguiente vídeo de la canción I´m Good, I´m Gone. Es una especie de videoclip con sonido en directo y autoproducido (cada vez se estila más; ya no es imprescindible una importante productora ni grandes medios para hacerlo). Eso no quita que este en concreto esté bien realizado. Lo que a continuación pude ver,  marcó un antes y un después en mi relación con Lykke Li.  


Quizás no estaba preparado porque no me lo esperaba. Ella era mucho mejor de lo que imaginaba. Fue un impacto en la misma línea de flotación del barco que manejaba y me dije: “Guau, aquí hay mucho talento”. Rápidamente comprendí que no era una artista cualquiera por muy joven que fuera, sino que era especial y madura,  que tenía gran poso cultural y musical, y un universo que ofrecer. También, de alguna manera, comprendí que era una artista que iba por libre, de esas que no necesitan formar parte de ninguna corriente ni seguir un estilo concreto. Ella marca su propio camino. Ella tiene su personal e intransferible estilo. Eran las cinco de la tarde aproximadamente, y sin perder el rostro de incredulidad, y frotándome las manos dichoso, aparte de darle más veces al play del vídeo que les acabo de ofrecer, y de subir ostensiblemente el volumen de mi equipo de música, me puse a ver algunos otros vídeos que tenía por esa época.

Como esta versión callejera en Estocolmo de Little Bit. Es lo que yo llamo pura orfebrería musical. Si os fijáis, suena diferente a la original, pero igualmente deliciosa (para algunos es su versión favorita). Si continúan fijándose hasta el final, comprobaréis como un vecino les tira un aguinaldo desde su ventana. Menos mal que alguien se preocupó. Porque se ve pasando a una señora con las bolsas de la compra ¡y ni mira! (yo saldría corriendo como loco a sentarme en la acera a escucharlos). También pasa un coche (un solo coche, menos mal) que ahoga el sonido. Pero lo único que logra es darle más encanto a la escena.

  
Un piano que parece de juguete y que también hace las veces de percusión, una guitarra acústica y Lykke Li con su preciosa voz, sus campanas, pandereta y sus zapatos negros taconeando sobre el suelo. Con que poco se puede hacer tanto. Es pura música esta muchacha: todo ritmo y pasión. Simplemente lo lleva en la sangre.

Otro vídeo en directo que descubrí esa tarde fue uno que tiene en un parque de la ciudad de Los Ángeles con Bon Iver y tres músicos más. Concretamente ejecutando el Dance, Dance, Dance, otra buena canción de su primer disco. Bon Iver es el de la gorra y es un artista reconocido. Tiene una manera muy particular de cantar: en falsete. En su momento le dije a Bon, pero entre nosotros: “Vaya baile te ha marcado Lykke eh”. Por si no lo saben, Lykke Li también ha sido bailarina. Durante un tiempo formó parte del grupo de baile de un programa de la TV sueca. Lykke lleva la voz cantante, para eso la canción es suya, pero de todas maneras, que forma de dirigir al séquito masculino.  


Cuando me fui a dar cuenta, se me había pasado la tarde volando: era las once de la noche. Tenía pensado salir a dar una vuelta pero era tan feliz, que ya no lo necesitaba (ni me apetecía). Cuando haces un descubrimiento musical de esta índole, lo demás se vuelve secundario. Así que seguí a lo mío, disfrutando la propuesta musical. Unas horas después me acosté con la sensación de que había hecho todo un descubrimiento y que Lykke Li no solo se convertiría en una de mis artistas favoritas, sino que seguiría su carrera y recurriría con frecuencia a su música.

Y así fue, continué con mis bandas y mis solistas pero sin perderle la pista. Realmente era a quien más escuchaba por esa época. Cada dos por tres aparecían cosas nuevas por Internet y continuaba disfrutando. Era una artista que me llenaba plenamente. Y conseguía emocionarme como pocas.  

Un viaje inevitable

Hasta que un día de esos en que la primavera se emparenta con el verano, mientras conducía mi coche sobre la hora del mediodía, agarrando el negro volante con ligereza porque de tanto sol quemaba, y mientras escuchaba la radio, concretamente el programa Siglo XXI de Radio 3, su director, Tomás Fernando Flores, se dispuso a citar las nuevas incorporaciones del Festival Independiente de Benicasim (FIB). No le prestaba demasiada atención, escuchaba nombres que ni me iban ni me venían. Además, era un festival que no entraba en mis planes ese año.  Ninguno de mis amigos tenía pensado asistir. Pero inesperadamente,  un nombre sobrevoló sobre los demás y lo escuché nítidamente: “LYKKE LI”. Lo reconozco, me puse nervioso, me entró ansiedad, agarré el volante con fuerza y me quemé las manos pero siquiera me dolieron. Toda la tranquilidad e indiferencia que previamente tenía se había ido a hacer gárgaras. Hablaba conmigo mismo y me decía que no iba a ir solo a todo un gran festival por una única artista además novel. Pero al mismo tiempo, otra persona, que seguía siendo  la misma, me replicaba: “Pero es Lykke, tu adorada Lykke, ¿cómo no vas a hacer el esfuerzo? Tú sabes que te apetece savia nueva”. Hablamos del año 2009.

Así que cuando me fui a dar cuenta, o mejor dicho, sin darme cuenta, estaba sentado en la mesa delante de  mi ordenador estudiando la logística necesaria: pasajes de avión, billetes de autobús, entradas, zona de acampada, etcétera… Sentí una viva llamada interior que no solo me obligaba a ir,  sino que me daba fuerzas en la incierta aventura.

Tengo que decir que siempre me había apetecido ir al FIB, pero en otras condiciones, hablamos de un festival de 50.000 personas. Pero como les digo, no había nada que hacer. Ni yo quería impedirlo,  ni tenía fuerzas para ello. El festival constaba de cuatro días: jueves,  viernes, sábado y domingo. Lykke Li actuaba la última noche, el domingo, así que prescindí del jueves y fui las tres jornadas restantes. Algunos amigos me preguntaron si no tenía miedo a equivocarme, se referían al riesgo que corría en caso de que Lykke Li no me gustase,  pero yo les respondí que no; nada temía. Con las diferentes posibilidades que hoy en día ofrece Internet,  como poder contrastar la música de estudio y directo, y la mayor producción de música en vivo, sabía que acertaría. Además, hay corazonadas que de puras e instintivas son infalibles.

Al final me fue mucho mejor de lo esperado. Conocí gente, hice amigos y me lo pasé genial. Tanto dentro del festival, como en el camping donde me alojé. La sensación que tenía era la de estar un gran parque de atracciones. Algo así como en la madre de todos los festivales musicales en España.

Y llegó el ansiado domingo. El motivo de mi viaje. El aliciente que me mantenía despierto. La fuerza de mis duras jornadas (el FIB es muy sufrido; para que se hagan una idea, yo tardaba, desde el mega recinto hasta mi zona de acampada, una hora caminando a paso ligero; luego descubrí un autobús que me recortaba media hora, pero ya habían pasado varias jornadas). El concierto era a las doce de la noche. Al mismo tiempo tocaba en el escenario principal The Killers, que es una banda que me agrada pero no me vuelve loco. En el segundo escenario tocaban Los Planetas, una de las mejores bandas españolas, de Granada, que si me gustan (de mis favoritas) pero ya había visto varias veces. Lykke Li tocaba en la carpa. O sea, coincidía con dos pesos pesados. A mi poco me importaba, la verdad, solo tenía ojos para ella.

Una hora antes ya estaba rondando la zona de la carpa. Nunca en un festival había ido con tanta antelación a un concierto. Me sentía como un fan; creo que nunca me había sentido tan fan; eran sensaciones muy bonitas. Me sorprendió que ya había gente en el interior de la carpa cogiendo sitio. Así que yo también me dispuse para lo mismo. Me senté en el suelo y a esperar en una atmósfera alegre pero salpicada por una tensa calma. Se respiraba un ambiente especial, porque mientras la mayor parte del público estaba desperdigada en otros conciertos, nosotros estábamos allí esperando por Lykke Li.  Tácitamente comprendíamos que era su presencia lo que nos motivaba, que éramos fans y que todos la conocíamos. Como les digo, era una sensación bonita. Una sensación de pertenecer a una comunidad y tener un mismo ideal.

Puntual, a las doce en punto, Lykke Li salió a escena. Los allí presentes (que éramos más de lo que podía imaginar) nos volvimos locos. Salió envuelta en una elegancia innata. Con un fino traje de seda negra de diferentes capas  y una falda por encima de las rodillas, enredado en el cuello llevaba un sutil y largo pañuelo. Y la larga melena rubia, suelta. Encadenó su repertorio que me sabía al dedillo. Lo que pude presenciar era lo que me esperaba y mucho más. Lykke Li es una auténtica fuerza de la naturaleza, un animal de escenario, una artista de los pies a la cabeza. Es magnética, tremendamente magnética, por más que intentaba fijarme en otros aspectos, como los músicos por ejemplo, no podía. Reclamaba toda la atención para ella. Incluso en un momento dado intenté tirar un par de fotos de recuerdo, pero era tan grande mi deseo de no perderme nada, de no pestañear, que las tiré a la carrera y malamente; luego no sirvieron para nada (ni para fondo de pantalla), y aunque me dieron remordimientos, también supe que fue inevitable (la mejor fotografía está en mi memoria).

Algo que percibí in situ es que Lykke Li tiene aura de estrella; está recubierta de un brillo especial; es un don que le dio la naturaleza. Acaso como el carisma inconsciente de esos mesías que son seguidos incondicionalmente por sus fieles. Mientras la veía no podía dejar de pensar en ello: que era una estrella, una auténtica estrella que había caído del cielo para iluminarnos y hacernos vibrar.

El concierto duró una hora, más o menos lo que suelen durar los conciertos en un festival, además, tampoco tenía repertorio para más. El espectáculo se me pasó volando, pero era inmensamente feliz. Me quedé un rato paralizado, intentando asimilar lo vivido. Aún así, salí corriendo prontamente, en mi euforia, a ver si podía pillar el final de Los Planetas. Me pasó una anécdota curiosa. Por el camino me encontré a tres muchachas y les pregunté. Me dijeron que Los Planetas ya habían terminado. Entonces me preguntaron de donde venía. Les conté que del concierto de Lykke Li. Ellas no la conocían. No recuerdo que les dije concretamente, pero si que les expliqué. Mucho tuvo que ser mi entusiasmo porque una de ellas, y esto si lo recuerdo perfectamente, me dijo: “Jo, me está dando pena no haber ido al concierto de esa sueca que nos comentas”.

Para hacernos una idea de lo que viví, podemos ver este vídeo de otra de sus canciones de su primer disco. Es de mis favoritas. Breaking It Up. Megáfono en mano. Yo la vi en un escenario más grande, un poco más alejado. Pero sirve de muestra.
 

Cuando llegué a mi casa, por curiosidad, busqué diferentes críticas del concierto. Una especialmente me produjo satisfacción. Pertenecía a una de mis revistas musicales favoritas. El periodista hizo una crónica que la podía haber firmado yo en lo que a las ideas respecta. Coincidíamos punto por punto. Comentaba que en un escenario secundario tocó una artista que muchos no conocían pero que dio uno de los mejores conciertos del festival: pleno de intensidad, actitud y buena música. Añadía que por allí había pasado una artista como la copa de un pino que daría que hablar. Yo no podía estar más de acuerdo.

Para terminar esta primera etapa relativa a su primer disco, disfrutemos de otra actuación en directo.  Esta canción se llama Complaint Departament, no es de las más conocidas pero me gusta especialmente, es hipnótica y tiene mucha fuerza, y una corta pero intensa fase de baile. Es en el festival del Coachella (California) en abril de 2009. O sea, en la misma gira, esto fue tres meses antes de mi concierto en Benicasim, que fue a mediados de julio.


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Segundo disco

Tres años después, a comienzos de 2011, Lykke Li lanzó su segundo y esperado disco: Wounded Rhymes. Fue un disco que me produjo sensaciones contradictorias hasta que el proceso natural de escucha, asimilación y reflexión puso las cosas en su sitio.

Cuando lo comencé a oír me gustaba pero no me convencía. Era un quiero pero no puedo. Así estuve un tiempo, preguntándome porque me ocurría cuando en el fondo sabía que era un buen disco. Uno de los problemas es que lo comparaba reiteradamente con su primer disco. Que suele ser un error muy usual. Hasta que un día comprendí que no era Lykke Li quien tenía que hacer el esfuerzo por acercarse a nosotros, al revés, somos nosotros quienes debemos hacerlo por acercarnos a su nueva obra. Habían pasado tres años. Si en tres años cambia uno como persona ¿cómo no lo va a hacer una artista como Lykke Li? Su primer disco era más efervescente, más alegre, más inocente; el segundo es más contenido, más emocional, diría que más existencial. A partir de ese momento aprecié mejor el nuevo disco y comencé a disfrutarlo plenamente. Es tan bueno como el primero, simplemente son diferentes (realmente son bastantes diferentes).

Por otra parte, es un motivo que habla muy bien de Lykke Li, ya que denota que es una artista que evoluciona y no se queda anclada en el pasado para repetir exitosas fórmulas. Nada que ver. Arriesga y busca nuevos caminos, los que le pide el cuerpo y la mente. Como una viajera que mira hacia el puerto al partir, lo justo y necesario, pero que sobre todo observa el horizonte.

En este segundo disco Lykke Li comenzó a colaborar, para sus videoclips,  con un productor y director de cine, el sueco de origen egipcio Tarik Saleh, que ha realizado varias películas, así como documentales (algunos premiados). También es artista del graffiti.

Esta colaboración ha dado como resultado unos vídeos muy artísticos.  Podríamos decir que son cortos cinematográficos.

Como este videoclip, I Follow Rivers, que fue el primer single de su segundo disco. Gélidos pero espectaculares paisajes de nieve sobre la playa por donde una mujer persigue a un hombre en una fatigosa y peligrosa huida.
  
Para la puesta en escena, el directo de esta canción, nada mejor que irnos al mejor programa musical del mundo. Me refiero al show de Jools Holland, donde actúan 6 grupos ininterrumpidamente en cada programa.

Así de espectacular salió Lykke Li a presentar su nuevo trabajo. La canción suena fenomenal. Si os fijáis, como os dije, está más contenida que en su primer disco. Pero sigue sonando fabulosa. Es la clase de canción y ejecución que creo que hay que escuchar varias veces para darse cuenta de la calidad de la misma.


Con Lykke Li hay que tener en cuenta una cosa. Para ella los discos son pretextos. Así al menos lo veo yo. Pueden estar muy bien producidos, y sonar muy bien, no lo niego, además, seguro que ella, por su forma de ser, se preocupa de que así sea, pero Lykke Li es una artista eminentemente de directo, y suena mejor en directo que en disco. Gana en fuerza e intensidad. Además, no es una artista que se someta a la rigidez que le marca los parámetros de un trabajo discográfico. Al contrario, en directo juega y modifica su propia música. Más o menos ritmo, diferentes tempos y arreglos, diferente instrumentación… Aunque para mi hay un detalle que indica la calidad de sus composiciones. Incluso cuando las desnuda a la mínima potencia, y solo deja un mínimo de ritmo más su voz, estas siguen sonando perfectamente reconocibles y melodiosas. Estoy convencido que aunque las desnudase por completo, solo  con su voz, seguirían sonando excelentemente. Aunque tampoco descubro nada: su voz está fuera de toda duda.  Pero me reitero en lo dicho, tiene una base compositiva sólida que le permite darle vuelo a su propia música a partir de las composiciones originales.  

El segundo single que lanzó fue la canción Sadness Is a Blessing. Volvió a colaborar con el director Sarik Saleh. El resultado fue tan espectacular como impactante.


La primera vez que vi este vídeo que me quedé sin aire. Completamente emocionado. Luego lo vi unas cuantas veces más para no perder detalle. Lykke Li sorprendió a propios y extraños. Hace una gran interpretación artística, tanto del personaje como de su propia canción, que por cierto, es muy emocionante. Lo único que pude pensar es que Lykke Li no ha tocado techo, seguramente porque no lo tiene, es una artista que no parará de evolucionar. Y por consiguiente, nunca dejará de sorprendernos.

En su momento hablé con una chica que es directora de cine y otra que es especialista en fotografía y me dijeron que el vídeo es muy artístico y  está muy logrado. Muy  buena fotografía con la iluminación de los candelabros. Muy buen sonido. Es algo que no solemos fijarnos mucho, pero al comienzo se escucha el silencio perfectamente, solo roto por la botella y el licor, los cubiertos,  la respiración y algunos pequeños sonidos más. También tiene un gran vestuario, más el entorno. Definitivamente, un gran vídeo. Todo un corto cinematográfico.

Para el directo de esta canción he elegido un vídeo con mucho glamour. Y es que Lykke Li se va a cantar a la Luna. Es una performance muy llamativa. Todo está decorado de tal manera que parece que están tocando sobre nuestro querido satélite. Además, está rodado en blanco y negro.  Por algo la entrega se llama Live on the Moon.


Que dulzura de interpretación. Y que encanto tiene. Hay un detalle que me llama la atención y me gusta: el cigarrillo de Lykke Li. Estamos en una época en que fumar es políticamente incorrecto. No digamos por la tele. Incluso con algunas películas han existido polémicas que han provocado tijeretazos para censurar esos cigarros. Pero Lykke Li pasa de eso y sale con su cigarrillo y su humo. Porque artísticamente le interesa, no por rebeldía. Le aporta mucho glamour en la Luna con ese final maravilloso del humo sobrevolándole mientras da vueltas sobre si misma. Son detalles que denotan personalidad y que a mi personalmente me agradan.

Para este segundo disco lanzó tercer single y videoclip. Concretamente la canción Get Some. Que es una canción más movida. Esta vez el director fue el alemán Johan Söderberg. Es un videoclip más típicamente musical. Y Lykke Li sale más provocativa que nunca.


Para el directo hemos elegido uno más clásico, o como a mí me gusta llamarlos: directos de carretera. En el bar Modrian en Los Ángeles.


No se si os habéis podido fijar pero los tres videoclips que he colgado pertenecen al canal oficial de Lykke Li. Ella misma los sube. Esto habla del grado de compromiso con sus fans y de su generosidad. También habla de que pertenece a una nueva generación musical.

Otra buena canción de su segundo disco es Youth Knows No Pain. Que es con la que abre dicho disco. No tiene vídeo oficial pero si tiene vídeo extraoficial. O puede que sea tan oficial como los demás porque es grabado y producido por la propia Lykke Li, y ofrecido por ella en su página. Recuerda un poco aquellas grabaciones de sus comienzos. Solo que tres años después. Y con dos nuevas integrantes. A su fiel banda ha sumado dos chicas coristas.


Y mientras los seguidores esperamos el nuevo trabajo de Lykke Li, el cual no tenemos ni idea cuando saldrá (aunque no tenemos prisa porque respetamos sus tiempos), ella nos va regalando de vez en cuando alguna canción o colaboración. Como la última que ha hecho con el director David Lynch sobre un tema de la mítica serie Twin Peaks. Es una novedad que está recién publicada. Lykke Li arropa con su personalidad la canción hasta hacerla suya. Es un tema muy relajante. Me imagino una cortina que se menea sutilmente ante una ventana semiabierta en una mañana de verano, y que filtra a la habitación una tenue y cálida luz blanca. Esa  sutil blancura que todo lo abarca proviene de la voz de Lykke Li. La canción se llama I´m Waiting Here. Les dejo con ella.


Nos alegramos por toda  la música que tenemos de Lykke Li, a todos los niveles, para continuar disfrutándola. Pero no perdemos la esperanza de volverla a ver en directo. Porque aunque puedan pensar que con una vez ya tuvimos suficiente, no es exactamente así. Cumplí un sueño, cierto. Pero aún tengo más ganas de repetir tras comprobar todo lo que tiene que ofrecer y como su carrera no para de crecer.

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