martes, 29 de octubre de 2013

Katherine Mansfield: una mente privilegiada y una sensibilidad extrema


Hoy voy a hablarles de algo muy íntimo. Íntimo como solo pueden ser los diarios. También les hablaré dealgo muy popular. Popular como solo pueden ser los cuentos. Aunque son cuestiones diferentes, en este caso van juntas de la mano, como parte inherente de un mismo ser. A Katherine Mansfield la conocí hace poco. Me encontré esta misma foto que justo aquí encima les presento y me cautivó sobremanera. Lo único que sabía de ella es que era escritora. Curioso y ávido, me pregunté quien escribía tras esa bella mirada, llena de serenidad, sensibilidad y melancolía.


En literatura es lo que podemos llamar un flechazo. Con solo verla comprendí que Katherine era alguien especial y que inevitablemente su literatura tenía que ser igualmente especial. Me informé y me enteré que era una escritora de Nueva Zelanda de principios del siglo XX; también era música (tocaba el violonchelo). Destacó en el cuento: está considerada una de las mejores cuentistas en lengua inglesa, y una maestra del género.

Tuvo una vida trágica, pero plena e intensa. Murió con 34 años; con esa edad había vivido lo que muchos no viviríamos en dos vidas juntas. Partió a Inglaterra desde Nueva Zelanda con tan solo 14 años para estudiar, y ya luego se quedó en Europa. Conoció el amor y el desamor, amó y fue amada y contrajo una enfermedad con la que tuvo que convivir y luchar desde joven. Los críticos la consideran una escritora hors concours (* fuera de serie), aunque no han sabido explicar en que radica su especial calidad. Quizás por su inusual capacidad para plasmar los sentimientos de las personas, incluidos los más ocultos, sin describirlos, por medio de sensaciones, atmósferas y elipsis, con esa sensibilidad suya tan profunda. Katherine Mansfield sabía que la vida es un continuo deambular entre realidad y sueño.

Indagando descubrí que existe un diario suyo. No es un diario al uso, sino una recopilación de textos, fragmentos, pensamientos... también contiene notas al estilo de un típico diario, con sus fechas. Un diario lleno de agudezas, cargado de ternura y de sentido del humor. Todo este material fue recopilado tras su fallecimiento porque el que fuera su marido John Middleton Murry. Katherine Mansfield murió en 1923. Su Diario se publicó en 1927. La reseña para The New Yorker la firmó Dorothy Parker y la terminó así: "Lo que leemos es tan íntimo que casi me siento culpable de haber transitado por estas páginas. Es un libro magnífico, pero creo que solo los grandes y tristes ojos de Katherine hubieran debido leer estas palabras". Iréne Némirovsky, la novelista ucraniana - francesa, autora entre otros del extraordinario Suite Francesa, anotó en su propio diario estas palabras el día antes de ser arrestada (concretamente el 12 de julio de 1942): "Estoy rodeada de agujas de pino, sentada encima de mi cárdigan azul en medio de un océano de hojas... En el bolso llevo el segundo volumen de Ana Karenina, el Diario de Katherine Mansfield y una naranja".

El prólogo se lo dedica Virginia Woolf, a quien conoció ya que Katherine llegó a frecuentar el conocido grupo intelectual de Bloomsbury (Virginia Woolf y lady Ottoline Morrell a la cabeza). El prólogo lo tituló: "Una inteligencia terriblemente sensible". En el mismo dice cosas como las siguientes:

"Lo que nos interesa de su diario no es ni la calidad de la escritura ni el nivel de su fama, sino el espectáculo de una mente -una mente terriblemente sensible- recibiendo una tras otra las impresiones fortuitas de ocho años de vida"

O esto otro:

"El diario fue un compañero místico de la autora. "Ven mi nunca visto, mi desconocido, hablemos", dice cuando comienza un nuevo volumen. En el diario anota hechos: el tiempo, un compromiso; esboza escenas; analiza su carácter; describe una paloma, un sueño o una conversación; nada podría ser más fragmentado; nada más privado. Nos parece estar completando una mente a solas consigo misma; una mente que piensa tan poco en el lector que incluso de vez en cuando utiliza una taquigrafía propia o, como tiende a hacer la mente en su soledad, se divide en dos para hablar consigo misma. Katherine Mansfield sobre Katherine Mansfield".

Una cita más:

"¿Desde que perspectiva contempla la vida, ahí sentada, con su terrible sensibilidad, registrando una tras otra impresiones tan diversas? Es una escritora, una escritora nata. Todo lo que siente, oye y ve no es fragmentario ni desplazado; pertenece en conjunto a su escritura".

En un principio solo me interesé por su literatura, pero tras leer el brillante prólogo de Virginia Woolf, comprendí que sus cuentos y su diario pertenecen a un todo y que ambos resuman talento. Además, siempre me han atraído los diarios, suelen ser muy especiales, y este en concreto tiene toda la pinta de serlo. Por un lado, me da cierto reparo invadir un mundo tan privado y sensible como el de Katherine, pero, por otro, siento la imperiosa necesidad de conocer su alma y su mundo interior. Como me dijo una amiga cuando le comenté el viaje que quería emprender: "No te olvides de esparcir migas de pan para encontrar el camino de regreso". Es cierto, con un diario a menudo sabes donde está la entrada pero no la salida. Puedes empatizar mucho con la autora en este caso. Puedes entrar en un mundo desconocido y fascinante, un mundo laberíntico. Y eso conlleva riesgos, pero también un derroche de virtudes y regalos.

He decidido que lo mejor será agenciarme ambas piezas. Porque está decidido: esos dos libros tienen que ser míos. Hay una edición muy buena, Cuentos Completos, de Katherine Mansfield, por parte de Alba Ediciones, donde viene recogida toda su obra literaria. Y otra edición, también coqueta, de su Diario, por parte de Lumen en este caso (y otra de Debolsillo). Quiero entrar en su mundo interior y quiero tener una puerta auxiliar que me permita respirar pero sin salir por completo al exterior; quiero permanecer en la propia casa de Katherine Mansfield, en los diferentes umbrales y en las diferentes habitaciones. Así que trazaré compuertas paralelas que conecten ambas dimensiones. Ahora unos fragmentos de su diario. Ahora un par de cuentos. Para así, poco a poco, ir subiendo escalones hasta llegar al corazón de su universo. Es como crear un antídoto con la misma materia que te alumbra pero te debilita. Es como buscar El Dorado y, tras deambular y luchar contra los elementos y uno mismo, encontrarlo.

Pero hablemos un poco más de Katherine Mansfield, que lo que he contado sobre su vida ha sido somero. Katherine nació en Wellington, Nueva Zelanda, en 1888. Era hija de un próspero comerciante que llegó a ser un gran banquero y recibió el título de Sir. Se educó en un colegio femenino en su país y luego, a los catorce años, la enviaron al Queen´s College de Londres. Allí tuvo su despertar intelectual, y en 1906, de regreso a Nueva Zelanda, se sintió desdichada y provinciana. Regresó a Londres y se casó en 1909 con George Bowden, un cantante al que abandonó la misma noche de bodas. Luego se unió a un violinista. Embarazada, su madre se la llevó a Wörishofen, un balneario de Baviera, y luego la desheredó. Tuvo un aborto natural y perdió a su hijo. Entonces regresó a Londres. En 1911 publicó su primer libro de cuentos, En un balneario alemán, y gracias a él conoció a John Middleton Murry, crítico literario y director de una revista de vanguardia. Vivieron juntos como amantes y fue ésta la relación central de su vida (finalmente se casaron en 1918). En 1916, su reputación se consolidó al publicar el cuento Preludio en la imprenta de los Woolf. Pero al año siguiente contrajo la tuberculosis y su vida, a partir de entonces, fue un continuo vagabundeo en busca de la salud, combinado con el éxito creciente de sus libros: Felicidad y otros cuentos (1921), y Fiesta en el jardín y otros cuentos (1922). Murió en Fontainebleau (Francia) en 1923.

Vaya por delante que esto es un resumen muy sintético de la vida de Katherine Mansfield. Su vida es tan vasta que es inabarcable. Aquí solo podemos poner un pequeño esbozo para hacernos una ligera idea.

Como persona sigue siendo una figura controvertida 90 años después de su muerte. Ambiciosa e intrépida, para unos. Muchacha desvalida e hipersensible, para otros. Mujer independiente y avanzada a su época en lo referente a la libertad sexual femenina, en opinión de quienes admiraban su espíritu rebelde. Mujer turbia e hipócrita que utilizaba su belleza y encanto para obtener el favor de hombres prestigiados en los medios literarios londinenses. Lo que está claro es que fue una mujer compleja y diferente, una mujer sensible y única, y que su talento como escritora no admite discusión.

Dicen que tenía una naturaleza especial e incapacidad para representarse a si misma ante los demás de manera más o menos adecuada o válida. Al relacionarse con el entorno creaba malentendidos. Además, su afán de llevar una vida independiente y rica en experiencias no casaba, ni en los años de adolescencia ni en los de mujer adulta, ni con la época ni con su carácter. Porque Katherine era una mujer melancólica y solitaria. Aunque tuviera su círculo de amistades y entablara relaciones literarias, se sentía desarraigada, inconformista e incomprendida. Estos rasgos parecen ser propios e inherentes a su personalidad. Por eso, uno de sus temas principales en sus magistrales cuentos, es el aislamiento del ser humano aunque esté rodeado de gente allegada. Así como la incapacidad de los personajes para comprender a los demás o ser comprendidos.

O eso, o era poliédrica y usaba sus múltiples personalidades para proteger su extrema sensibilidad del abrupto mundo exterior; de esta forma solo ofrecería su parte más íntima a unas pocas personas cercanas, quízás a nadie, quízás solo así misma.

También creo que, aunque de carácter melancólico, Katherine amaba la vida, tanto que la vivía con una intensidad desmesurada, tanto que se la quería fumar en unas pocas caladas. Su mente volaba más rápido, posiblemente, que lo que el cuerpo y el mundo permiten.

Murió con 34 años. Fue una vida breve pero intensa como pocas. Y nos dejó una serie de libros de cuentos que contienen auténticas obras maestras. Y de añadido, un diario que es una particular e íntima obra de arte.

Les cuento un secreto. Mientras preparaba este texto, me llegaron los dos libros de Katherine Mansfield. Me avisaron este pasado viernes 25 de octubre de que al día siguiente por la mañana podría ir a recoger el pedido. La literatura tiene una magia especial que te hace reencontrarte con el niño que a veces crees perdido. Estaba impaciente en la cama por la noche, dando vueltas y más vueltas, de tal manera que solo deseaba que amaneciera para levantarme y poder recogerlos. Y salió el sol y ya están conmigo y ya me pertenecen: ya puedo leer a Katherine Mansfield tranquilamente.

He tenido una idea. A ver que les parece. A menudo, cuando leemos un artículo literario del cual nos gusta lo que nos propone el autor, nos quedamos con gana de leer algo del artista en cuestión. Para contrastar y catarlo con tu propio paladar. También porque somos niños caprichosos y queremos ciertas cosas al momento. El cuento es un género que me gusta mucho entre otras cosas porque se presta a leerlo en profundidad, con calma, y se presta a releerlo si hace falta. En definitiva, el cuento es un juguete para jugar instantáneamente.

Como estamos entre amigos, y sé que alguien puede sentir ganas y curiosidad por leer la prosa de Katherine Mansfield, como a mí me ha ocurrido, he decidido transcribirles un cuento. Pertenece a su libro En un balneario alemán. Hay que tener en cuenta que Katherine tenía 22 años cuando lo escribió. Es el segundo cuento de dicho libro. No es que la edad sea importante, lo que importa es la escritura. Pero con esa edad, escribir con tal sensibilidad y madurez demuestra que, aparte de talento, tenía una mente privilegiada.



Luego les pondré un extracto de su Diario. Pero primero el cuento.

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EL BARÓN

-¿Quién es? -pregunté-. ¿Y por qué se sienta siempre solo, dándonos la espalda?

-¡Ah! -susurró la esposa del consejero superior del gobierno-. Es un barón.

Me miró solemnemente y con algo de desdén, con esa expresión de "que-curioso-no-haber-advertido-eso-a-simple-vista".

-Pero eso no es culpa tuya, pobrecillo -dije. Sin duda, esa desgracia no debería excluirle de los placeres del intercambio natural.

Si no hubiera sido por el tenedor, creo que se hubiera santiguado.

-A buen seguro, usted no puede entenderlo. Es uno de los principales barones.

Algo más que excitada, se volvió para hablar con la señora del que estaba a su izquierda.

-Mi tortilla está vacía, vacía -protestaba-. ¡Y ésta es la tercera que pruebo!

Yo miraba al barón principal. Estaba comiendo ensalada, tomaba una hoja de lechuga entera con el tenedor y la engullía despacio, con la destreza de un conejo; era fascinante observar la operación.

Pequeño, ligero, de escaso cabello y barba negros y tez amarillenta, vestía invariablemente trajes de estameña negra y camisas de algodón basto, sandalias negras y gafas con montura negra, las más grandes que hubiera yo visto jamás.

El señor maestro superior, que estaba sentado frente a mí, me sonreía con benevolencia.

-Debo ser interesante para usted, gnädige Frau * (Distinguida señora), poder mirar... por supuesto ésta es una casa muy fina. Había una dama de la corte española, aquí, en verano; estaba mal del hígado. Hablábamos con frecuencia.

Puse cara de gratitud y humildad.

-En Inglaterra, en las casas de huéspedes, no se encuentra ya primera categoría, como en Alemania.

-No, desde luego -repliqué hipnotizado aún por el barón, que parecía un pequeño gusano de seda amarillo.

-El barón viene todos los años, por los nervios -prosiguió el señor maestro superior-. Nunca ha hablado con ninguno de los huéspedes, todavía -una sonrisa cruzó por su rostro.

Me pareció extasiado contemplando una espléndida ruptura de aquel silencio, un deslumbrante cambio de cortesías en un nebuloso porvenir, el espléndido sacrificio de un periódico a Aquel Ensalzado, un danke schön * (Muchas gracias) que transmitir a las generaciones futuras.

En aquel momento el cartero, con aire de oficial del ejército alemán, entró con el correo. Echó mis cartas sobre mi budín de leche, se volvió hacia una camarera y les susurró algo. Ella se retiró corriendo. El gerente del hotel entró con una bandeja. En ella había una postal que, inclinado reverente la cabeza, alcanzó al barón.

En cuanto a mí, me decepcionó que no se produjese una salva de veinticinco cañonazos.

Al final de la comida nos sirvieron café. Observé que el barón tomaba tres terrones de azúcar. Dos los echó en la taza, y el tercero lo envolvió en uno de los bordes de su pañuelo. Era siempre el primero en entrar en el comedor y el último en abandonarlo, y en una silla vacía, a su lado, colocaba una pequeña bolsa de cuero negro.

Por la tarde, asomada a la ventana, le vi pasar calle abajo. Caminaba con paso vacilante y llevaba consigo la bolsa. Cada vez que pasaba junto a un farol se encogía un poco, como si temiera que le golpease, o tal vez por un sentimiento de rechazo a la contaminación plebeya...

Me pregunté adónde iría y porque llevaba bolsa. Nunca le había visto en el casino ni en la casa de baños. Parecía perdido, los pies se le escurrían de las sandalias. Me sorprendí compadeciéndolo.

Aquella tarde estábamos unos cuantos reunidos en el salón discutiendo el día de Kur * (Cura) con febril imaginación. La esposa del consejero superior del gobierno estaba sentada a mi lado tejiendo un chal de punto para la menor de sus nueve hijas, que se hallaba en aquel frágil e interesante estado...

-Pero no tiene más remedio que salir bien -me decía-; angelito, se ha casado con un banquero, el sueño de su vida.

Debíamos de estar reunidas unas ocho o diez, las casadas haciéndonos confidencias incluso sobre la ropa interior y las peculiares características de nuestros maridos; las solteras, hablando de la ropa de vestir y de los atractivos de los posibles.

-Los tejo yo misma -oí gritar a la señora Lehrer-, de gruesa lana gris. Gasta un par cada mes, además de dos cuellos blandos.

-Y entonces -susurró la señorita Lisa- él me dijo: "Desde luego, usted me gusta. Tal vez escriba a su madre".

De pronto se abrió una puerta y entró el barón.

Lo hizo despacio, vacilando; cogió un palillo de un plato que estaba encima del piano y volvió a salir.

Una vez cerrada la puerta, lanzamos al aire un grito de triunfo: era, que supiéramos, su primera entrada en el salón. ¿Quién podía decir lo que nos reservaba el porvenir?

Los días se convertían en semanas. Nosotros seguimos juntos, y yo continuaba obsesionada por aquella figura pequeña y solitaria, de cabeza gacha, como abrumada por el peso de las gafas.

Entraba con su bolsa negra, se retiraba con su bolsa negra, y eso era todo.

Por último, el gerente del hotel nos dijo que el barón se iba al día siguiente.

"¡Oh! -pensé-, seguro que no puede esfumarse en la oscuridad, perderse sin decir nada. Seguro que presentará sus respetos a la esposa del consejero superior del gobierno, o a la viuda del teniente de campo una vez al menos, antes de marcharse".

Aquella tarde llovió mucho. Yo salí, para ir al correo, y, mientras estaba en el umbral, sin paraguas, buscando arrojo para lanzarme a la calle llena de barro, una voz vacilante y minúscula pareció llegarme de por debajo del codo.

Era el barón principal, con su bolsa negra y un paraguas. ¿Me había vuelto loca? ¿Estaba cuerda? Me estaba pidiendo que compartiera su paraguas. Pero yo estuve muy amable, un poquito tímida, con la debida reverencia. Caminamos juntos por el barro y el agua de lluvia.

Compartir un paraguas, reconozcámoslo, no deja de ser una gran intimidad, como quitarle a un hombre pelusas del abrigo... una pequeña e ingenua osadía.

Ardía en deseos de saber por qué se sentaba solo, por qué llevaba la bolsa, que hacía durante el día. Pero él, por su propia iniciativa, me proporcionó información.

-Me temo -dijo- que mi equipaje se habrá empapado. Lo llevo siempre conmigo, en esta bolsa (¡uno necesita tan poco!), porque los criados no son de fiar.

-Una idea inteligente -contesté. Y luego-: ¿Porqué nos ha privado usted del placer...?

-Me siento solo para poder comer más -dijo el barón según escrutaba el crepúsculo-. Mi estómago necesita una gran cantidad de comida. Pidió raciones dobles y me las como en paz.

Lo cual sonaba tan fino como propio de un barón.

-¿Y qué hace a lo largo del día?

-Comer en mi habitación -replicó con una voz que daba por concluida la conversación y casi lamentaba haber ofrecido el paraguas.

Cuando llegamos al hotel se produjo poco menos que un tumulto.

Subí corriendo la mitad de la escalera y en tono audible di las gracias al barón desde el rellano.

Contestó claramente:

-De nada.

Fue muy amable por parte del señor maestro superior enviarme un ramo de flores aquella noche, y la esposa del consejero superior del gobierno ¡me pidió el diseño de un gorrito infantil!

Al día siguiente el barón había partido.

Sic transit gloria germanici mundi. *

(* En latín, "Así pasa la gloria del mundo", fórmula clásica pronunciada en la misa, durante la Elevación, que aquí altera humorísticamente con el inserto germanici, "del mundo alemán". N. de la T).

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¿Qué les ha parecido? A mi me parece primoroso, exquisito, con una sensibilidad fuera de lo normal. Además de tierno y simpático.

A continuación les añado un extracto de su Diario. Es nada más comenzar el mismo. Empieza en 1910, dos páginas y pasa a 1914. En la segunda página (cuarta del Diario) escribe lo siguiente (además, cita un pasaje de mi admirada Jane Austen, así que yo no puedo pedir más: miel sobre hojuelas).

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1914



El niño en mis brazos



"¿Vas a tocarme teniendo como tengo al niño en brazos?" No es un simple cumplido. Cambia la palabra "vas" por la palabra "puedes" y se transforma en algo tief, sebr, tief! (*"Profundo, ¡muy profundo!" -N. de la T.). Estaba ahora mismo pensando que apenas me atrevo a dar rienda suelta a mis pensamientos sobre J. y a mi deseo de J. Y he pensado: si tuviera un hijo, ahora jugaría con él y me abandonaría a él y lo besaría y lo haría reír. Y utilizaría al hijo para protegerme de mis más profundos sentimientos.



Cuando sintiera: "No, no voy a volver a pensar en esto; es intolerable, insoportable", bailaría con el bebé.



Creo que eso es cierto en el caso de todas las mujeres. Y explica la curiosa mirada de seguridad que se observa en las madres jóvenes: están a salvo de cualquier sentimiento extremo gracias al niño que llevan en brazos. Y explica también el caso de las mujeres que llaman "niños" a los hombres, se sacian hasta el punto de perder toda compasión. Observa la sonrisa satisfecha y astuta de las mujeres que dicen: "Los hombres no son más que niños".



"Ninguno de los dos estaba lo suficientemente enamorado como para imaginar que trescientas cincuenta libras esterlinas al año les proporcionaría todas las comodidades de la vida". (Elinor y Edward, de Jane Austen). ¡Dios mío!, digo yo.



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Encantador ¿verdad? Con este cuento y este pasaje de su Diario les dejo, por el momento. Me sumerjo en el maravilloso mundo de Katherine Mansfield. A pulmón libre, sin botellas de oxígeno. Si soy capaz de volver a la superficie, regresaré con todos ustedes. Quizás, entonces, seguramente, tenga cosas interesantes que contarles. O quizás solo prefiera callármelo para siempre.

2 comentarios:

  1. Muchísimas gracias Miguel por introducirnos a esta genial escritora. Salvando las distancias, tu espera por esos ejemplares me ha recordado a una ansiada correspondencia con una tal Mrs. Austen que también te tuvo en vilo un tiempo. Los amantes de este género tenemos la esperanza de que con la reciente elección como Premio Nobel de Literatura de una maestra del cuento, por fin se reconozcan los méritos de estos Autores (con mayúsculas) que han decidido mostrarnos sus obras, como las mejores esencias, en pequeños frascos, aún a riesgo de permanecer eclipsados por la luminosidad de las grandes novelas.

    Espero que hayas llenado bien los pulmones para que cuando regreses a la superficie puedas continuar deleitándonos con estos artículos que son verdaderas delicias. Un abrazo.

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  2. Una entrada fantástica. La verdad es que para mi también fue todo un descubrimiento esta autora
    Besos

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